Mamá dio una cucharada a uno de
esos yogures con trocitos de fruta y la regurgitó sobre la mesa.
–¡Un día de estos acabarán con
nosotros! –exclamó–. Se supone que debería encontrarme pedacitos de cereza.
Nos quedamos observando el cuerpo
extraño que había expulsado mientras lo tocaba escrupulosamente con su dedo
índice.
–¿Qué es eso? –preguntamos mi
padre y yo con cara de asco.
Mi madre se acercó el envase para
leer la composición del producto.
–Leche, cereza, almidón, pectina,
antocianinas, fermentos, conservantes, edulcorantes... Hay más cosas, pero yo
diría que han sustituido la fruta por pieles de bacalao.
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