Afectado por las voces que se
manifestaban en mi interior, sentí como el vértigo se adueñaba de mis ojos y lo
ponzoñoso se entretejía en mis entrañas mientras conducía mi viejo Seat
Cordoba. Abrí la ventanilla para que me diera el aire; me mareaba. Un deportivo
descapotable se pegó a mi coche cuando nos detuvimos en el semáforo. Su conductor
hizo rugir varias veces el motor para provocar una ridícula carrera y su desquiciado
copiloto invadió mi espacio zarandeándome. Esperaban mi reacción. Les sonreí
medio muerto, saqué mi cabeza por la ventanilla y, sin poder evitarlo, les llené
de vómito.
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