sábado, 2 de mayo de 2020

RADIOGRAFÍA FACIAL


50ª crónica de un confinamiento improvisado

Esta mañana, al mirarme en el espejo, me he visto ojeroso, con papada, feo, gordo, descuidado, con pelambrera en la nuca y en las orejas, y también con pelos demasiado largos asomándose por mi nariz. Con el pulgar y el índice he vuelto a meterlos en su sitio. Es curioso que los orificios nasales tengan el tamaño que tienen. Seguro que Dios los diseñó así para meter los dedos dentro, parecen hechos a medida. La mirada es perversa; la mía siempre evalúa. Ahora toca hacerme una descripción física de mi cara. La veo grotesca, deforme, sin angulosidades, con un cuello de morsa marina. Sería un buen bocado para cualquier alimaña salvaje. Sin embargo, no me veo sucio como otras veces. Claro, será porque ahora me ducho más que menos. La calvicie siempre ha sido progresiva, no me ha dado sorpresas, pero mi cuerpo se ha transformado en  pocos años. He perdido la posición vertical y mis masas se han aflojado. Y no me han funcionado las dietas; da igual que comas algas que frotes de soja. Influye mucho el metabolismo de cada uno, me digo. O, más bien, el «bolismo» que otorga la bollería, me replico. Lo pómulos han perdido su tensión y han pasado a ser directamente carrilleras de cerdo, carne esponjosa que, entre mis dedos, puede estirarse como un blandiblu, un moco verde escurridizo. Arrugas no tengo, por ahora, solo cuando achino los ojos, pero, para compensar, me han puesto gafas. He perdido bastante vista. Parezco un escritor ruso. Soy una cara de pan con lentes que se inclina frente el espejo para comprobar como su fisionomía da algo de pena. Mi carcasa ha cambiado, de eso no cabe duda, se ha transformado en una vaina sin brillo y en una molla trémula, en un trapo de cocina gastado y en un amasijo de huevos revueltos recubiertos por una epidermis que ha sufrido los efectos secundarios del paso del tiempo. A partir de los cuarenta los días mal plegados se han ido sumado sin compasión a mis facciones, y los latidos de mis sientes han ido perdiendo intensidad. Así es la vida. Pero lo cierto es que antes daba gusto verme en pelota picada.

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