Miro la tele balanceándome lentamente sobre mi verticalidad. Me gusta estar
de pie y cambiar de canal con rapidez, sin detenerme en su contenido. Un par de
segundos en cada cadena son suficientes para que algo capte mi interés. El objetivo
es perderme en la sucesión de imágenes que hago avanzar por medio del mando a
distancia. Eso me relaja. Me convierto en un tonto feliz que, ante las
inabarcables opciones que me ofrece la caja tonta, puedo escarbar en el
vertedero de programas como una rata curiosa. Así me alimento de la basura que me
ofrece la cloaca televisiva. Durante el día puedo ser prodigioso a través de lo
excelso que me aporta el trabajo y cuando llega la noche desconecto para
meterme de lleno en el barro de la vulgaridad de las emisiones en directo.
De repente llama mi atención la dentadura perfecta de una presentadora
que dirige uno de esos programas verdulero. Retengo el canal y me fijo en la
retahíla de dientes que sobresalen de su boca. Tanto las mujeres como los hombres
que «trabajan» con su imagen parecen estar
obsesionados por evocar cierta belleza a través de la dentadura. Será una moda que
podrá tener cabida en su justa medida, pero la desmesura que observo en su blancura
es demasiado eléctrica, de un blanco nuclear que me echa para atrás al tiempo
que me hipnotiza. La dentadura parece estar recubierta y unificada por una
funda de esmalte sin división interdental, como el protector bucal que suelen
usar los boxeadores. En el plató, la presentadora mantiene una conversación con
uno de los colaboradores. No sé de qué hablan. Solo aprecio la vocalización excesiva
en cada una de las palabras que articula para que, en ese abuso, detectemos la maravilla.
Así entiendo su coquetería. Entonces llega un momento que da paso a publicidad
y, ante la cámara, adopta una sonrisa forzada y ridícula; tan grotesca como antinatural.
Nadie le ha dicho que la estética nívea de sus piezas dentales es una chapuza que
no casa con la sencillez de sus facciones. Buscar una perfección concreta desvirtúa
la belleza global.
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