Alguien, quien sea, me infunde el miedo para que entienda algo y
recapacite. Gracias le digo. Pero en realidad aborrezco esos discursos ejemplarizantes
y a las personas que los realizan por creer que ascenderás hacia el conocimiento mientras
te hacen descender a un sótano oscuro. Con gente así hemos nacido los cobardes
miedosos. Yo lo he sido mucho. Quizás todavía. Vinculo los pinchazos en mis sienes
y el picor de ojos a ese estado aprensivo y pusilánime carente de valor o
entereza; también lo atribuyo a las lágrimas que me brotan cuando lloro por
nada. Cada una de las gotas que segrega mi glándula lagrimal ayuda a limpiar y
a lubricar mi ojo izquierdo, y a distribuir el oxígeno por toda la superficie. Cuánta
magia hay en nuestro cuerpo y qué sabio es, ¿verdad? Sin embargo, únicamente es
mi ojo izquierdo el que siempre rompe a llorar y a hacer pucheros. El derecho jamás
se ha lamentado ni humedecido por nada, ni siquiera se ha irritado cuando le ha
entrado alguna esquirla o algún cuerpo extraño rasguñando su córnea. Ni en esas
situaciones dolorosas es capaz de mostrar su fragilidad y su sentir. Su mirada
extraviada solo sabe fabricar legañas.
No hay comentarios:
Publicar un comentario