16ª crónica de un confinamiento improvisado
Esta mañana he bajado las persianas de mi casa para vivir en la oscuridad.
No quiero estar expuesto más tiempo a la luz diurna. Me pesa tanto ver siempre
lo mismo. La falta de luz no ha sido un problema ya que las pupilas se adaptan
fácilmente a los cambios de visión. He pensado que si he de permanecer recluido
en este piso falto de balcón y sin ventanas que den a la calle, opto por sentirme libre
en una atmósfera distinta creada por mí, aunque sea lóbrega y recuerde a una noche sin luna. Me
he movido con soltura porque sé dónde tengo los pies y las manos y soy conocedor
del lugar donde están las cosas. No obstante he creído apropiado encender algunas
velas para dar un ambiente íntimo y cálido a esta nocturnidad casera. No lo he conseguido. Más
bien el efecto contrario: un aire misterioso y tétrico más
afín a las noches que albergan monstruos. El nimio resplandor de las velas ha conseguido
que la ropa que he dejado sobre el respaldo de la silla adoptara la forma retorcida de un jorobado y apreciara esperpénticas siluetas en las paredes y el techo. En
fin. Que voy viviendo como puedo, aunque sea terroríficamente.
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