17ª crónica de un confinamiento improvisado
Lunes. Muerte y transfiguración, op.24 de Richard Strauss. Este poema
sinfónico representa la muerte de un artista. Se palpa la tristeza en su sonoridad
sin caer en la decadencia. Esa emotividad hace que acceda a la sensibilidad y al
enternecimiento que suscita la composición. El artista yace moribundo y los
pensamientos de su vida pasan por su cabeza: la inocencia de su infancia, las
luchas de su hombría, la consecución de sus metas mundanas; y al final, recibe
la ansiada transfiguración: el alcance infinito de los cielos. Siento el peso
de la trascendencia y el aire tenso y melancólico de la música. Es una magnífica
versión de la Filarmónica de Berlín, dirigida por Kirill Petrenko. Últimamente,
en casa, la belleza y el arte me sorprenden por la espalda. Caliento agua en
una olla. Sigo aseándome en la palangana. El fontanero dice que vendrá cuando
pueda. No importa si no viene. Podría lamerme como un gato. Estoy preparado
para lo que venga. Hace dos años no podía escuchar música. Me moría. Si lo
hacía me hundía aún más en las arenas movedizas del desánimo y la desesperación.
Hay que estar bien para escuchar y sentir la música. Su grandeza, por inverosímil
que parezca, está en la matemática de cada nota y en su interpretación, ya que,
milagrosamente, trasciende en tantas subjetividades como escuchantes. La
percibo excelsa porque encajo en mi cuerpo. Y justo ahora, cuando el mundo grita
y se queja del daño que le hemos hecho, me sorprende en cuclillas, encogido
ante una palangana dando zarpazos al agua caliente, feliz, creciéndome un
monumento en el alma que electrifica mi piel.
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