Cuando se trata de jugar podría jugar a cosas muy perversas.
Podría enloquecer y crear un mundo cruel y surrealista. Si se diera el caso podría
apuntarme con una pistola cargada y manejar un afilado cuchillo, e incluso maquinar
otras fechorías temerarias. Creo que podría divertirme de muchas maneras. Mi
hermano cree que me gusta jugar con él a pilotos del futuro, ya que más de una
vez me he enfundado el traje amarillo de lunares negros y el absurdo casco de
jaula para jugar a ser otros. Y no está mal, pero con lo que realmente me
entretendría sería con el oso de peluche de mi hermana. Sí. Mi jugar sería una
auténtica barbarie. Lo abriría por la espalda con un cuchillo y le quitaría la
musculatura de espuma. Lo vaciaría por completo hasta que solo quedara el
despojo de su piel de felpa, y lo rellenaría de la casquería más mugrienta. Recurriría
a todo tipo de desechos orgánicos para darle el volumen inicial. Riñones,
tripas, hígados, vísceras, grasas, sesos, sangre coagulada, y otras partes repugnantes que
me sirvieran de relleno. Luego lo cosería con aguja e hilo del costurero de mi
madre y volvería a dejarlo sobre la cama, apoyado en el cojín, esperando agazapado
a que mi hermanita lo achuchara con todas sus fuerzas.
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