Puedo
filosofar en grandes jardines, pero si la muerte ha de hallarme que sea en mi
pequeño huerto sembrando sandias. Me veo dentro de ellas, encogido, en posición
fetal, esperando el milagro de la vida. Existe una conexión especial. Es así.
Cuando llega el tiempo las recojo, doy unos golpecitos en su costra y, por el
sonido, sé si estoy óptimo. Últimamente no lo estoy. Malas cosechas. Pero sigo
sembrando. Mi voluntad de jardinero hace que siga enfangado en el estiércol y
la hez, pues de lo más bajo y degradado quizás vuelva a brotar lo bueno, útil y
bello.
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