Me
río de ti (y de mí). Me río de ellos (y de nosotros). Me río de todo, con todo.
Me río de los paisajes bucólicos; de los objetos gastados, ajados; de la lluvia
que cae de canto y del viento que arrebata sombreros. Me río con el vuelo de
una mosca; del silencio de una tele apagada, de las noticias del mundo –ya sean
buenas o malas–, de la cultura, de la basura, de todo lo que acabe en ura. Me
río del cuerpo, del alma, de la belleza que a todos nos gusta, y de las
inseguridades humanas –esas son muy mías–. Me río cuando aplasto moscas a
palmadas, de sus muertes flamencas –¡tirititrán, tran, tran, tran!–, de esta conducta
tan entretenida. Estoy contento, alegre; tanto que sigo con esta risa tonta, burlona,
incluso en lo alto de esta azotea abierta que me presenta un cielo barrido y me invita
a dibujar acrobacias, tirabuzones, a inventar una caída con garbo, ocurrente, divertida,
para acabar con todo y me muera de risa.
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