El
atardecer desde mi ventana a las seis y treinta era de una blancura que
hipnotizaba. Tres minutos después, ese festín de nubes fue invadido por una
apariencia humana: un señor completamente desnudo que batía los brazos como un
pájaro, planeando y realizando piruetas increíbles en el aire. A las seis y
cuarenta, se dejó caer en picado a fin de zambullirse en el agua para atrapar
un pez. Estuvo un rato sumergido; y a eso de las seis y cuarenta y cinco, su
cuerpo apareció flotando en la superficie, con los brazos extendidos y panza
arriba, haciendo el muerto.
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