domingo, 15 de marzo de 2020

SANA SANITA

2ª crónica de un confinamiento improvisado.

Tener miedo no es tan malo.
Yo me he levantado pronto y he puesto música: el Don Juan, Op.20 de Richard Strauss. Qué maravilla. Voy soltando pedos al andar y me río solo. En mi casa soy libre porque no hay nadie. Café soluble y tres galletas de avena. Mi desayuno. Eso es lo único chocante. Siempre lo he tomado fuera de casa. No estamos acostumbrados al sosiego y a la lentitud; ni al sonido interno que emitimos si hemos de quedarnos confinados en casa. Yo sueno como mi vieja nevera. Tiene treinta años. Perteneció a mis abuelos, luego a mis padres y ahora, desde hace cinco años, a mí. Es una herencia familiar que, por mi recelo a no compartirla, va a congelarse conmigo (nunca mejor dicho). Es el objeto de la casa al que siempre he profesado una profunda admiración. La contemplo como a un elemento con quien hablar. La gente prefiere a las mascotas o a las plantas para soltar sus chácharas y existe una tremenda falta de respeto por los objetos. Yo prefiero rodearme de todo aquello material e inanimado. La he limpiado con agua y amoniaco, por dentro y por fuera, y me he dado cuenta de que tiene una balda rota, la que soporta el kétchup y la mostaza, los pepinillos en vinagre, la mayonesa, las aceitunas, el bote de mermelada y la mantequilla. Le he quitado todos esos envases para que no soporte más peso y he curado su herida con una tirita, susurrándole cariñosamente «sana sanita».
Sin imaginación las vamos a pasar canutas.

No hay comentarios:

Publicar un comentario