lunes, 30 de marzo de 2020

MUERTE Y TRANSFIGURACIÓN


17ª crónica de un confinamiento improvisado

Lunes. Muerte y transfiguración, op.24 de Richard Strauss. Este poema sinfónico representa la muerte de un artista. Se palpa la tristeza en su sonoridad sin caer en la decadencia. Esa emotividad hace que acceda a la sensibilidad y al enternecimiento que suscita la composición. El artista yace moribundo y los pensamientos de su vida pasan por su cabeza: la inocencia de su infancia, las luchas de su hombría, la consecución de sus metas mundanas; y al final, recibe la ansiada transfiguración: el alcance infinito de los cielos. Siento el peso de la trascendencia y el aire tenso y melancólico de la música. Es una magnífica versión de la Filarmónica de Berlín, dirigida por Kirill Petrenko. Últimamente, en casa, la belleza y el arte me sorprenden por la espalda. Caliento agua en una olla. Sigo aseándome en la palangana. El fontanero dice que vendrá cuando pueda. No importa si no viene. Podría lamerme como un gato. Estoy preparado para lo que venga. Hace dos años no podía escuchar música. Me moría. Si lo hacía me hundía aún más en las arenas movedizas del desánimo y la desesperación. Hay que estar bien para escuchar y sentir la música. Su grandeza, por inverosímil que parezca, está en la matemática de cada nota y en su interpretación, ya que, milagrosamente, trasciende en tantas subjetividades como escuchantes. La percibo excelsa porque encajo en mi cuerpo. Y justo ahora, cuando el mundo grita y se queja del daño que le hemos hecho, me sorprende en cuclillas, encogido ante una palangana dando zarpazos al agua caliente, feliz, creciéndome un monumento en el alma que electrifica mi piel. 

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