jueves, 19 de marzo de 2020

UNA VIDA RECICLADA


6ª crónica de un confinamiento improvisado.

Cada hora saco la cabeza por la ventana. Por curiosidad y por comprobar si tenemos la capacidad para quedarnos recluidos en casa. La tenemos. La concienciación está a pesar de que, inevitablemente, existen momentos de debilidad. Hoy es festivo. San José, día del padre. La brisa sube desde el mar y respiro el salitre de la playa. Es una agradable sensación. La calma inunda de silencio lo que antes era un escenario inquieto donde transitaba la gente. Es jueves y todo está como dormido, ausente, sin vida. Menos una simple caja de cartón que se mueve por la acción de ese viento fresco y suave. Se desplaza por la acera y el asfalto como un animal moribundo, como un perro o un gato callejero. En su avance tropieza con el mobiliario urbano: un banco, una jardinera, una papelera, dos farolas, varios pilones de hierro y una señal que indica solo carga y descarga. No han sido suficiente obstáculo, los ha superado y los ha dejado atrás. La caja tiene un objetivo. Parece que posea la dignidad de los residuos inservibles y sea consciente de que le espera una vida reciclada si consigue llegar a los contenedores del final de la calle. Sin embargo, a varios metros de alcanzar su meta, alguien sale del portal número ocho y tropieza con ella. Es un tipo con batín que sostiene una enorme y maloliente bolsa de basura; el verdadero impedimento con el que se topa la caja de cartón, porque, sin ningún miramiento, la aplasta, la chafa, la pisotea, la aplana, la machaca, e incluso salta sobre ella como un bruto insensato que no es capaz de advertir un agujero en la base de la bolsa.

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