lunes, 16 de marzo de 2020

A LAS OCHO


3ª crónica de un confinamiento improvisado.

Hoy no he ido a trabajar porque he notado un leve pinchazo en las sienes. He llamado a la empresa y les he comunicado que, por precaución, me quedo en casa, que podría cocérseme algo. Quizás el arranque de un periodo febril o de una tos seca. El cerebro conecta con todo y esta sensación punzante puede que sea el primer aviso. Sé que no debería estar tan pendiente de las señales de mi cuerpo, pero basta que digan los síntomas que suelen manifestarse en estos casos de alarma para tenerlos todos. Ufff. Ya siento como me falta el aire y se activan los resortes de mi sesera. Respiro con dificultad, como si los orificios de mi nariz estuvieran obstruidos. Mi conciencia dirige una sinfonía cerebral con un afilado machete que raja mi equilibrio. Me alivio un poco presionando con fuerza los laterales de mi frente con el pulgar y el dedo corazón de mi mano izquierda. He de tranquilizarme. La patata me va a mil por hora. Tengo calor. Empiezo a sudar, a jadear. Quiero estornudar y no puedo. Joder. Me siento mal. Mi frente se llena de arrugas. Tendré unas décimas y a ese bicho dentro. Siempre hay algo o alguien que me pone la pierna encima para que no levante cabeza. Esta vida no tiene sentido; es un absurdo imposible de planificar. Sin embargo todo está conectado, incluso esta reacción hipersensible que controla mi mente. Lo físico es una metáfora de lo psíquico. Qué cansado es malpensar; más que hacer ejercicio. Venga, va, respira. Inspira, espira… Inspira, espira… He de aplacar esta ansiedad. Voy a tomar el aire. Son las ocho. Tocar el himno con mi bombardino me sentará bien.

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