viernes, 20 de marzo de 2020

LA GENTE DE LOS BALCONES


7ª crónica de un confinamiento improvisado.

Hoy me he levantado contento. Demasiado. Me he duchado y he puesto el Réquiem de Mozart para no venirme muy arriba. A veces olvido que estamos en alerta por la pandemia. He aprovechado el baño matutino para cortarme las uñas de los pies; la humedad las reblandece y consigue que, en cada tijeretazo, estas láminas corneas, más duras que elásticas, no salgan despedidas como perdigones. Me he fijado en mis pies. Son más o menos bonitos. El dedo que está a continuación del gordo es un poco más largo y se posiciona arqueado como una leve garra. Nunca me había fijado tanto en mis pies. Les he dado las gracias por soportarme todo este tiempo. Ahora descansan. Se lo merecen. Llevan una semana en pantuflas y ya no dan largos paseos. También he observado las palmas de mis manos y cada uno de los dedos: el pulgar, el índice, el anular, el corazón y el meñique. Estas dos extremidades son los extremos del cuerpo y por ellas nos entran todos los males. Sin embargo se nota qué apéndices son los mejor considerados. Hay una evidente recriminación, pues a unos se les puede llamar por su nombre y a otros no. Al menos que yo sepa. No es justo. Es un tema controvertido que trataré de hablarlo con la buena gente de los balcones.

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