Vagar sin rumbo y sin prisa es una nueva circunstancia para la mujer
que ya ha gastado su tiempo. Lo hace los días cubiertos de nubarrones para no asfixiarse
del aire viciado, pues siente que el cielo está más cerca cuando llueve. Ha conseguido
llegar a un lugar recóndito que huele a humanidad. Es un pequeño pueblo olvidado
que necesita a mujeres como ella; que anhelen lo eterno, sin planes ni expectativas,
y que sean capaces de contemplar su decadencia como una cautivadora puesta de
sol. Si finalmente se quedara, solo debería esforzarse en aprender a silbar
como los pájaros.
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