Junto las manos como si fuera a
rezar y entrelazo los dedos. Los dos pulgares se quedan fuera del trenzado de falanges;
únicamente los flexiono un poco para crear entre ambos una pequeña apertura a
modo de boquilla. Es ahí donde apoyo mis labios y soplo con suavidad. El aire
choca contra el hueco hermético de mis palmas y produce un silbido ululante que
se disipa por el frondoso bosque donde me hallo. Es una de esas cosas absurdas
que uno sabe hacer, que en teoría no vale para nada, pero que a mí me va genial
para capturar lechuzas.
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