La voz que viene de los sueños no
sale de las gargantas humanas. Todos saben que ese sonido es más propio de los periquitos
gigantes o de las quimeras que se gestan cuando alguien se arrellana en un sofá
de cuero azul para echar una siesta. También puede proceder de un insecto palo
que se desgañita vociferando al mundo su plan de futuro sobre una delgada rama
prima hermana. O, incluso, podría derivarse de la locura de los enanos de
jardín al expeler con todas sus fuerzas el grito de guerra que les serviría
para atacar a sus desangelados amos.
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