Es costumbre que la Plaza Mayor se
llene de rémoras. Diariamente cientos de palomas se amontonan como ratas por las
migajas y sobrantes que la gente les ofrece. Debido a eso –y por una repulsión
superior a mí– soy incapaz de atravesar esa zona. Pero hoy, al salir de la
oficina, todo se ha paralizado repentinamente durante horas y, sin
dar crédito, he podido comprobar como esas aves inmundas de picoteo trastornado se han
disecado como trofeos inertes sobre el pavimento; y en esa incomprensible quietud,
me he abierto paso a puntapiés para cruzar por primera vez esa cochambrosa
explanada.
Es curioso, cuando era pequeño las palomas nos parecían seres entrañables, símbolos de la paz, incluso con posibilidad de ser comestibles. Ahora nadie las quiere, se las desprecia más que a ratas callejeras. En todo caso, a mí también me gustaría poder abrirme paso a través de lo que me causa repulsión, a puntapiés o como sea.
ResponderEliminarUn abrazo, Sergi