Es posible vivir permanentemente
en penumbra. Yo lo hago. Me levanto temprano y empiezo la tarea de limpiar la
mansión desde el zaguán. A media mañana descanso un poco y, en algún punto de
la casa, me encuentro con alguien para almorzar y conversar sobre el único e
inquietante trocito de cielo azul que se divisa desde las ventanas. Por la
noche, me entrego a la reparadora labor de tejer tricotas, chalecos, gorros, bufandas…
La cuestión es mover esas largas agujas metálicas para que las horas trascurran
en blanco y amanezca en la negrura de un nuevo y aciago día.
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