El hombre desnudo que
caminaba por la calle, de lejos, se parecía a una araña. Su exótica apariencia
no debería ser normal, pero muchas veces vamos a ciegas por la vida y no
detectamos lo sorprendente. Lo cierto es que vi como trepaba por la fachada de
un edificio. Sus piernas se amontonaban al andar y se movían atropelladamente, tenía
tres pares, más de las que necesitaba, y sus pies segregaban una seda pegajosa
que lo mantenían adherido en la pared. Cuando llegó al tejado lo perdí de vista.
Luego volví a la realidad, a pie de calle, y, recreado en la lentitud de mis
pasos, advertí a una mujer con gabardina que, de lejos, se parecía a un árbol.
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