En los Montes de Toledo uno sueña cosas que siempre logra recordar al
despertar. Yo he soñado una calle de sauces que lloran y un suelo de hierba
distraída; suspiros de eucaliptus y aromas que laten a destiempo. He soñado una
fauna y una flora, una agradable monotonía que tranquiliza a las almas para que
gocen de su rutina. En este paisaje de ensueño he conseguido crear una imagen irreal
de mí mismo. La he proyectado en un ciervo macho, de porte majestuoso y
esbelto, que corre feliz por el lecho de la melancolía, con la cabeza llena de notas
que componen miles de historias y emotivas sinfonías. Todo le entra por esos apéndices
óseos que se retuercen sin rumbo. ¡Pero, cuidado! No son cuernas, ni su
cornamenta, sino una gran peineta que se ramifica hacia el cielo para imaginar
lo que jamás ha existido.
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