La raíz de la mandrágora es medio humanoide; de ahí que lo parecido
cure a lo parecido. Es falso que sea una planta tóxica; solo lo es si se
arranca de malas maneras del lugar donde ha crecido. Vive en bosques sombríos,
en lugares donde no da mucho el sol; de hecho, es una planta que prefiere la
luz de la luna. El dolor que sienten cuando se las extirpa de la tierra es como
si a un humano le cortaran las piernas de cuajo con un hacha. Hay que saber
tratarlas.
Tengo a una viviendo en casa. Le gustan mis cuidados, está a gusto. En
mí ha encontrado la delicadeza que busca. De hecho, ni se enteró
cuando la trasplanté de la vereda de un arroyo a mi apartamento. Estar con ella
me produce efectos sedantes, analgésicos. Me ha curado de mi angustia crónica. Sus
raíces crecen cada día y se bifurcan en largas piernas y brazos. Se enreda en
mi cama ofreciéndome el abrigo que necesito. Es independiente, y, en este tiempo
que lleva conmigo, ha alcanzado la fuerza, el don de la palabra e incluso la
razón. Sin embargo, mis deseos se vuelven cada vez más peligrosos. El sueño,
cuando estoy arropada por ella, me incita a conocer las variadas formas del
suicidio. Conoce tantas y tan sugerentes que, cada vez que me siento abatida, la
curiosidad me entra por los huesos como un agradable frío que me incita al
atrevimiento.
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