Soy capaz de detectar a las
personas que se abruman con el paso del tiempo. No son ningún misterio para mí.
Suelen ir vestidas con ropa de marca, convencidas de que la elegancia y el buen
gusto se distinguen a primera vista, en nuestra apariencia, en nuestra
estética. He visto a muchas de estas personas pavonearse con sus gafas de sol
de quinientos euros los días nublados, solo para ocultar los surcos y las
arrugas propias de la edad. No se aceptan. Entran en una especie de baile de
San Vito cuando, sin querer, manchan su estudiada indumentaria mientras degustan
algún manjar en alguna terraza soleada con vistas al mar. Su expresión se
frunce en angustia cuando un lamparón salta sobre su ropa, porque esa prenda, la
calidad del género, la excelencia que va implícita en el tejido, logra
distinguirlos de los demás. De ahí que, cuando la salsa de marisco, por
ejemplo, salpica su camisa de corte italiano, se sientan vigilados por mil
ojos, como si el francotirador del tiempo les apuntara para cargar contra ellos
en cualquier momento. No sudan; al menos en público. Evitan hacer esfuerzos
físicos, pues si alguien advirtiera una pequeña roncha de sudor bajo sus axilas
podría interpretarse como un signo de abandono. Son formales, puntuales, y, si tienes
la oportunidad de quedar con ellos, dan consejos valiosísimos sobre el
comportamiento humano. A través gestos y ademanes pueden analizar la conducta de
aquellos que tienen a su alrededor y saber mejor que nadie cuando la mediocridad
se instala en sus vidas, sin conocer, de antemano, nada de sus circunstancias
personales. Son geniales y poco tolerantes. Se quejan siempre por vicio. La
mayoría son inconformistas y exigentes, obsesivos, intensos, inteligentes…
Quieren ser volcanes para proyectar su energía, su ímpetu, el fuego, el vigor.
Sin embargo, tras toda esa cosmética y sus creencias rejuvenecedoras,
desprenden ternura y fragilidad. No quieren envejecer. Pues, como digo,
pertenecen al colectivo de personas abrumadas por el inevitable avance de los
días. Las que yo conozco viven en áticos, lo más alejadas de la corteza
terrestre, ya que, según sus teorías, el tiempo transcurre más lentamente en
las alturas. Nunca van a la playa; no soportan mezclarse con gentuza, dicen. Y
detestan los colgajos de carne flácida que ellos mismos esconden bajo la
suavidad de una sudadera fucsia con estampaciones vintages. Todo para engañar
al tiempo, pero no a nosotros. Cualquiera les diría que prueben a colorear
mandalas sobre el universo, las estrellas y los planetas; que busquen una peluquería
sin glamour para definir un peinado adecuado a su escasa mata de pelo, y que,
de una vez, acepten el flujo decadente e irrefrenable del paso del tiempo.
domingo, 28 de noviembre de 2021
REJUVENECERSE
sábado, 6 de noviembre de 2021
INSTINTO VEGETAL
Quiero estar recubierto por
buganvillas moradas de las que mi madre cultivaba en el jardín. Que las masas de
flores trepen sobre mí para vibrar con los matices púrpura y magenta. Que el
verano me brinde un sol brillante y pueda convertirme en un galante vegetal.
Podría vivir en un tiesto, incluso en uno pequeño y colgante, orientado al sur, alejado de este cuerpo escombro que me ha tocado habitar y que tanto me hace
pensar. Meditaría desplegado al aire libre, sería la última vez, y entraría en
mi centro orgánico para inquirir, desde
la quietud, hasta qué punto soy culpable en el desorden y la maldad de este truculento
mundo.
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