domingo, 28 de noviembre de 2021

REJUVENECERSE

Soy capaz de detectar a las personas que se abruman con el paso del tiempo. No son ningún misterio para mí. Suelen ir vestidas con ropa de marca, convencidas de que la elegancia y el buen gusto se distinguen a primera vista, en nuestra apariencia, en nuestra estética. He visto a muchas de estas personas pavonearse con sus gafas de sol de quinientos euros los días nublados, solo para ocultar los surcos y las arrugas propias de la edad. No se aceptan. Entran en una especie de baile de San Vito cuando, sin querer, manchan su estudiada indumentaria mientras degustan algún manjar en alguna terraza soleada con vistas al mar. Su expresión se frunce en angustia cuando un lamparón salta sobre su ropa, porque esa prenda, la calidad del género, la excelencia que va implícita en el tejido, logra distinguirlos de los demás. De ahí que, cuando la salsa de marisco, por ejemplo, salpica su camisa de corte italiano, se sientan vigilados por mil ojos, como si el francotirador del tiempo les apuntara para cargar contra ellos en cualquier momento. No sudan; al menos en público. Evitan hacer esfuerzos físicos, pues si alguien advirtiera una pequeña roncha de sudor bajo sus axilas podría interpretarse como un signo de abandono. Son formales, puntuales, y, si tienes la oportunidad de quedar con ellos, dan consejos valiosísimos sobre el comportamiento humano. A través gestos y ademanes pueden analizar la conducta de aquellos que tienen a su alrededor y saber mejor que nadie cuando la mediocridad se instala en sus vidas, sin conocer, de antemano, nada de sus circunstancias personales. Son geniales y poco tolerantes. Se quejan siempre por vicio. La mayoría son inconformistas y exigentes, obsesivos, intensos, inteligentes… Quieren ser volcanes para proyectar su energía, su ímpetu, el fuego, el vigor. Sin embargo, tras toda esa cosmética y sus creencias rejuvenecedoras, desprenden ternura y fragilidad. No quieren envejecer. Pues, como digo, pertenecen al colectivo de personas abrumadas por el inevitable avance de los días. Las que yo conozco viven en áticos, lo más alejadas de la corteza terrestre, ya que, según sus teorías, el tiempo transcurre más lentamente en las alturas. Nunca van a la playa; no soportan mezclarse con gentuza, dicen. Y detestan los colgajos de carne flácida que ellos mismos esconden bajo la suavidad de una sudadera fucsia con estampaciones vintages. Todo para engañar al tiempo, pero no a nosotros. Cualquiera les diría que prueben a colorear mandalas sobre el universo, las estrellas y los planetas; que busquen una peluquería sin glamour para definir un peinado adecuado a su escasa mata de pelo, y que, de una vez, acepten el flujo decadente e irrefrenable del paso del tiempo.  

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