Sumergida en el mar puedo ordenar mis pensamientos y dotarlos de
sentido; únicamente unos minutos, lo que dura mi apnea. Cuando subo a la
superficie esas ideas se ovillan en mi conciencia y cambia su naturaleza. Así, lo
que resulta evocador e ilusionante en el fondo, lo considero un caos sin
sentido en el exterior. Me veo obligada a respirar, claro, entonces mi memoria
proyecta imágenes difusas: una cabeza de elefante, un árbol arrancado de cuajo
con sus raíces intactas, una casa misteriosa, una escalera que se va
desplegando hacia otro mundo; también distingo pájaros, peces e insectos que se
quedan atrapados en compactas nubes de algodón. Será mi imaginación. Seguro. Pero,
¿significará algo? ¿Debería ser cautelosa? El impacto con el oxígeno hace que
me sienta incompleta, infeliz, y, por extraño que parezca, me ahogo. En cambio,
mientras buceo todo se mueve a cámara lenta y consigo experimentar un ardiente
deseo por una clase de molusco que pertenece a la familia de los bivalvos.
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