En este cubículo hermético doy rienda suelta a mi imaginación. Quizás
demasiado. Mi cabello se apelmaza y va creciendo en vertical como un troncho de
palmera. Seguramente huela mal, todavía no me he quitado el vestido a rayas que
me dieron. No puedo lavarme ni asearme, pero sí lamerme cada mañana cuando intuyo
un nuevo día. En este reducto para especies raras dispongo de una diana para
hacer puntería y una silla. También me ponen música. Sin embargo, al poco rato
de sonar la melodía la paran.¿Qué pretenden que me divierta yo sola con el juego
de la silla? No estoy dispuesta a dar vueltas y vueltas a su alrededor. Jamás. No
van a crear una versión distinta de lo que soy.
lunes, 24 de junio de 2019
sábado, 15 de junio de 2019
LA TIENDA DE MUÑECAS
He de confesaros
que quiero cosas que puedan acumularse; que estén aquí, allí, lejos, o en
cualquier sitio; que tengan presencia o bien puedan imaginarse: a groso modo, a
priori, in crescendo… Bailaría en plan bestia en cualquier sitio, sobre una
cama o un montón de gente medio muerta. Lo haría a mi estilo, misteriosamente,
sin tensiones ni compromisos, con la intención de que el mundo valorara mi peculiar
talento. Creedme. Detesto el orden de las cosas. Los puntos suspensivos, por
ejemplo. ¿Por qué solo tres si lo que mola es verlos en una fila hasta el
infinito? Todos podemos almacenar cosas y fabricar un santuario de trastos,
cacharros y chismes inservibles. Yo lo hago en mi tienda. No soy madre de
dragones, sino, más bien, una humilde madre de muñecas. Todas son mis hijas. Las vendo baratas, y regalo las que no tienen cabeza. ¿Os gusta verlas apelotonadas en este
escaparate? Adoro el abigarramiento, las multitudes, las manifestaciones
políticas, las manadas de búfalos corriendo, la gente que hace cola para
comprar una entrada o el hacinamiento morboso que se forma en una pelea callejera; igual
que escribir en mi libreta un sinfín de etcéteras: etc, etc, etc, etc, etc… A
que mola mi tienda de muñecas.
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