miércoles, 3 de abril de 2019

MI PRANA


Un dominó de ventosidades me acompaña cada mañana al abrir los ojos. Al despertarme, mi cama se convierte en una metáfora, en un arca que alberga aromas podridos, y yo, aún mecido por el sopor y la pereza, tengo la costumbre de abanicarme con el edredón para que me lleguen esos efluvios. Esa pestilencia soy yo, me digo. Sin embargo, esa liberación no sería posible si estuviera durmiendo con alguien en la misma cama. He engordado, no cabe duda. Da lo mismo. Cuando estás bien todo se vuelve romo y no adviertes las aristas en nada. Ni en los objetos ni en los lugares que frecuentas. Hasta las personas parecen sacadas de un cuadro de Botero. Y yo, cada mañana, doy las gracias porque puedo sentirme absurdo y pleno a la vez, porque todo lo que me ocurre es bueno, y conecto con lo que antes era un auténtico calvario. Respiro profundamente. Incluso esos gases mohosos y malolientes que nacen de mis entrañas. Es energía vital. Mi prana.

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