Subirme a un ascensor me ha estimulado gratamente. El olor
que despedía me ha transportado con violencia a mi infancia. Ha sido el acceso
directo a mis recuerdos, a un cúmulo de emociones vividas durante mi niñez.
Mientras ascendía me he visto en casa de mis abuelos
maternos, en el pequeño comedor de la calle Pescadores, saboreando el potaje de
garbanzos que hacía mi abuela Gabriela. ¡Por Dios, qué delicia! Mi abuelo
Carlos, como era habitual en él cada vez que comíamos legumbres, me ofrecía su
dedo índice retraído, imitando la forma arqueada de un gancho, y decía:
"Estira'm lo ditet, fillet". Y yo lo hacía; le estiraba el dedo
sabiendo lo que iba a ocurrir a continuación. No sé si es debido a que estas fechas remueven el
presente y acentúan nuestra espiritualidad, pero he pensado que solo el amor se
recuerda y se aprecia a través de los detalles. Solo es cuestión de años, de
haber vivido, y de tener algo de memoria.
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