jueves, 13 de diciembre de 2018

OLOR A HUMANIDAD


Soy capaz de oler las humanidades contenidas en este vagón carente de aire acondicionado. Gracias a Dios, el joven sentado a mi lado huele bien, a jabón de lavanda. Mientras viajo, desde mi ubicación–coche: 7, plaza: 18 A–, puedo advertir cada uno de los efluvios aromáticos que se liberan. Huelo a manos sudadas; el tufo de algunos sobacos; la emanación mentolada del Vicks Vaporub que alguien se ha aplicado; el humo impregnado en algunas prendas; olisqueo las puntuales ventosidades; las pérdidas de orina y el flujo vaginal; también el semen; la fragancia de una chocolatina; el aroma a café que alguien se toma; huelo la miga de pan de algún bocata; la fragancia de un plátano maduro; un tupperware con comida, creo que es paella; huelo las cremas hidratantes; los perfumes florales y las lociones para después del afeitado; el olor a pies; los alientos punzantes de las conversaciones… El revisor entra en el compartimento, y justo al abrir la puerta, dispuesto con el aparatito de marcar los billetes, llega a mi sensible olfato un potente hedor a fiambre. Curiosamente, también huele a sangre y a pólvora.

No hay comentarios:

Publicar un comentario