domingo, 16 de diciembre de 2018

DESEOS QUE DESCALABRAN


Esta mañana, durante treinta minutos, he sido gallina. He picoteado frutos secos y cereales en el suelo y he incubado la ropa sucia taponando el bombo de la lavadora con mi trasero. Mi papada se ha convertido en una protuberancia roja, un lóbulo flácido de carne muerta que colgaba y se agitaba al son de mi cacareo; mi cabello ha adoptado la forma de una cresta de varias puntas, igual de roja. He sacado pecho y mi torso se ha vuelto gallináceo, se ha cubierto de plumas blancas desde el cuello hasta el final de mi espalda. Los sábados, desde la cama, son los mejores días para pedir deseos. A mí se me ha concedido el mío, y con solo media hora he tenido suficiente para hacer lo que hacen estas curiosas aves. Incluso me he lanzado desde la ventana para comprobar si es cierto eso de que no pueden alzar el vuelo. 

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