jueves, 20 de diciembre de 2018

EL REY DE LAS AZOTEAS


Estoy enamorado de las azoteas de los edificios porque se enlazan entre sí y forman un suelo en las alturas, un entramado caprichoso de caminos encubiertos. Deambulo por esos límites para sentirme en otro lugar; cambio de aires y respiro una atmósfera limpia que no está viciada por el tufo de las calles. El paisaje de los tejados se llena de ropa tendida –me encanta hundir la nariz en las sábanas cuando están recién lavadas–, de calentadores solares, de pararrayos, de antenas y parabólicas, de cisternas, de columnas, de chimeneas humeantes, de balaustradas, de conductos de todo tipo… Es un lugar casi futurista, y, en mis largos paseos, cuando me desoriento o me pierdo me asomo a la calle y enseguida determino dónde estoy –«Ah, mira, estoy entre la calle tal y tal»–. He descubierto un trayecto que me lleva directo al trabajo: salto algunos muros, desciendo por una escalerilla metálica verde, paso por una viga de hierro que hace de puente entre dos bloques y me sitúa en un techo inclinado de tejas rojas donde hay una claraboya. Accedo por ella y «voilà», ya estoy.
   Dominar las azoteas es conocer las intimidades de tus vecinos. Sus vidas se suceden en cada planta, en cada vivienda, en cada habitación, y yo, a través de los patios interiores, encuentro la felicidad con sus historias, que arrojan voces, privacidad e impensables secretos.

No hay comentarios:

Publicar un comentario