He visto mi muerte, y no va a ser ahora mientras mi supuesto pretendiente
cree que me ahogo con un hueso de aceituna. Es cierto que da la impresión de
que me atragante. Le agradezco su rápida reacción y que me apriete contra él
para socorrerme; dice mucho de su forma de ser y de su entereza. ¿Creéis que
podrá perdonarme? Solo finjo una muerte doméstica, sencilla, para conocer su respuesta
ante un hecho de esta trascendencia. Su mirada masculina despierta ternura, es bondadosa,
desprovista de dobleces y sin la agudeza para ver más allá de lo evidente. Es
mi hombre. Podría quererme hasta mi verdadera muerte. ¿Creéis que reaccionará
bien cuando le diga que la oliva era rellena de anchoa?
No hay comentarios:
Publicar un comentario