jueves, 17 de enero de 2019

EL ÁNGEL DE LA GUARDA

El cuerpo inerte del ángel estaba en una posición extraña, tendido en el pasillo del hotel, con las alas replegadas. Fue un homicidio extraño, lleno de interrogantes. Antes de su fallecimiento custodiaba una habitación concreta del hotel. Algunas vidas humanas estaban protegidas por estos mensajeros de Dios.
      Su cadáver desprendía un olor insoportable, nauseabundo. El forense que vino a examinar el cuerpo siempre había relacionado la fragancia de los lirios con estos seres celestes. Los había proyectado en su mente como seres inmortales, prácticamente incorpóreos, de gran pureza, de tez nívea, bellísimos... Este se salía del estereotipo divino. Iba sin afeitar, con una camiseta de tirantes manchada con restos de comida, y los brazos tatuados con símbolos ininteligibles. No había nada de celestial en su apariencia, más bien se apreciaba la dejadez, el desaliño, la miseria, la suciedad. Su cabello era grasiento, brillaba, estaba lleno de mechas de colores que refulgían como la purpurina. Pura extravagancia. En realidad, el experto solo veía a un humano con alas; y su capacidad para volar, si la tenía, sería un don extraordinario, un milagro. La realidad de aquella situación era que aquel cadáver alado emanaba una fetidez vomitiva. El hotel se había vuelto irrespirable. Había claros indicios en su expresión facial de que había sucumbido por alguna agitación interna. Estaba mojado en sus propios orines, empastado en sus heces, ahogado en una cantidad inmunda de bilis, con los ojos inyectados en sangre, aterrorizado, como si lo presenciado no perteneciera a los mundos que él conocía. 


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