lunes, 30 de abril de 2018

LA EME


La luz del sol que entra por la ventana acaricia el rostro impasible del señor que acuchilla brutalmente a su esposa. Lo hace en la cocina, mientras ella limpia los cacharros. Han comido un arroz con verduras que ella ha preparado. Estaba delicioso. Aun así, él ha encontrado pegas. El paisaje que ha quedado le evoca ternura y lástima de sí mismo. Se mira las manos, y en sus palmas advierte como las finas líneas de piel que se entrecruzan forman una eme mayúscula más vistosa que nunca. El viejo reloj de péndulo marca las cinco. Es la hora del paseo. El hombre, que está lleno de profundos silencios, se despoja de la ropa salpicada y se da una ducha. Se arregla y sale a la calle. El cielo está limpio, barrido de nubes, los pájaros trinan y el parque por donde suele caminar está envuelto de una nostalgia cortante. Hoy no irá por ahí. Algo le ahoga por dentro, aunque no exterioriza nada. Sigue insensible a lo que ha pasado e incluso se permite saludar afectuosamente a varios conocidos. Busca otro lugar. Su cuerpo y su mente ya no son uno. El infierno se le asoma. Piensa en esa eme, en las profundas grietas de un abismo, en la sangre que tiñe su consciencia, y quiere borrar lo que ha hecho. Si puede lo intentará desde el puente.

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