martes, 28 de agosto de 2018

PAISAJES


Una señora desayuna en una cafetería situada frente a la playa. La luz del sol ilumina su cara y se crea una vista bucólica, tierna. La mujer moja un croissant en la leche y, temblorosa, se lo lleva a la boca. Luego apoya sus manos sobre su vientre, una sobre otra, para disimular esa convulsión. Sus cabellos son de plata, resplandecen con la mañana, y su rostro taciturno se perfila gastado, curtido de vivencias y recuerdos. Noto cómo hincha sus pulmones. Suspira tiempo. Sus labios se estremecen. Se aprietan. Intentan esbozar calma, naturalidad. Un perro inquieto hace que desvíe la mirada. Veo como se acerca a una palmera. Levanta su patita derecha y mea. Luego mueve la cola y vuelve con su amo. Todo son paisajes. Contrastes. El horizonte brilla, la playa se llena de sombrillas, de sombras que respiran, y yo, sentado a pocos metros de estas escenas que ofrece el verano, me quedo con la fragilidad del ser humano, con la señora, con la profundidad de su mirada, con esos ojos de gacela que se adentran hacia un lugar en ruinas, lúgubre, lleno de tinieblas.  

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