viernes, 31 de agosto de 2018

EL JUGUETE


       
El técnico que me arregló el calentador dejó restos; varios cables serpenteados, hilos de cobre, pequeños tornillos y una especie de carcasa metálica. No tiré nada. Solo limpié las marcas de suciedad que dejó. Muy pocos trabajan fino y limpio. Guardé las piezas dentro de una caja y se las di a Diego para que jugara a ser inventor.
        Esta mañana me ha despertado un rumor de metal. Un sonido agudo, continuado y desagradable; un chirrido. Provenía de la habitación de Diego. Él ya no estaba. Su padre se lo ha llevado temprano; todos los sábados tiene partido de fútbol. El ruidito venía del interior de una caja que estaba sobre su escritorio. Se movía hacia el borde de la mesa, y, finalmente ha caído al suelo. Era la caja donde dejé las piezas sobrantes del calentador. Me sorprendí. En su interior había una especie de ratita que se movía en círculo y rápido, parecía un pequeño armadillo. Al acercarme se hizo bola y rodó por la habitación. Emitía un zumbido, un ruido punzante, molesto; como si un grupo de personas hablaran con voz atiplada. Perseguí a aquel cuerpo esférico por el pasillo, la cocina, el comedor, hasta el lavadero. Se movía rápido. Allí lo acorralé. Aquel bicho metálico embutido en filamentos tenía la apariencia de una canica del tamaño de una pelota de ping pon. Su caparazón, de finísimas escamas, se abrió de repente, y, al acercar mi mano para cogerlo, a través de unas diminutas alas que le aparecieron de los costados, voló hasta el interior del termo. Aquel chasis blanco se convirtió en su refugio, en su armadura. La caldera empezó a susurrar, a emitir ahogadas estridencias que me recordaban el balar de las ovejas. Me asusté. Di varios golpes a la máquina, incluso introduje la mano por los huecos inferiores y superiores. Quería sacar de allí aquella pequeña alimaña de acero. El pilotito que mantenía la llama encendida dejó de hacerlo. Se apagó. Había tenido muchas averías y se obstruía con facilidad, por lo que siempre estaba avisando al técnico. Los termos de agua están mal hechos, sobre todo los de gas. Se resfrían, cogen catarros, alergias, todo tipo de dolencias.
      El ruido de tuberías que se proyectaba era parecido a un griterío desgarrador, a una estridencia humana. Me aproximé a la abertura donde hacía un momento salía la llamita azul propia de la combustión y, como si de una mirilla se tratara, arrimé mi ojo izquierdo con cautela. Mi gesto se demudó por el horror. Vi una horrible boca dentada que expelía un aliento ígneo, abrasador. Luego grité fuego. Fuego. Y ya no recuerdo nada más. Mi marido dice que debo acostumbrarme a cerrar la llave del gas, y mi hijo, triste por verme postrada en la cama, me enseña su nuevo juguete, una pequeña mascota metálica que puede enrollarse sobre sí misma.   

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