Desde la terraza donde se halla entorna la mirada bajo sus lentes y
observa obnubilado la línea del horizonte; el mar es una inmensa alfombra
verdosa de vaivenes marinos, una balsa de apariencia aceitosa que se impregna
en su cerebro. Y no consigue escapar de las reflexiones que lo delatan como un
ser frágil, inocente y confiado, pues, a sus cuarenta y cinco años recién cumplidos,
aún cree que hay algo de especial en su manera de entender el mundo.
No cabe duda de que es hijo de las doctrinas económicas por haber
nacido en una época en que lo material se cuantifica con dinero. No obstante, él
planea como un águila sobre el valor que la sociedad determina a las cosas a través
de las alas de su pensamiento idealista. El mundo se queja al otro lado de esa línea
que divide el cielo del mar, sin embargo él se resiste a pensar que el talento y
las cualidades individuales puedan tasarse como si fueran una patata o
cualquier otro producto mercantil, y descarta el recurso podrido de aquellos
que proclaman como sabios: tanto tienes, tanto vales; como si el ser estuviera en
función de los ingresos tangibles o las riquezas gananciales.
En estas cuestiones se halla mientras se toma un café, sumergido en las
profundidades de su conciencia y vislumbrándose como un pez, un mero mero que no
da importancia al dinero. Quizás por no ser lo suficientemente grande o no
tener el coraje para zamparse a otro más pequeño. Esa es la premisa: aplasta y
ten en cuenta el dinero para triunfar. Su alma, hasta ahora, no ha incubado
ningún tipo de negrura. Qué peligroso es ser honesto. A su edad debería tener
en cuenta que ese estado de irrealidad es contraproducente. ¿A qué espera en
madurar? Su inteligencia, si la tiene, nunca será sagaz y hábil en el arte del
engaño; su esperanza en alcanzar metas, si es que se plantea alguna, jamás se
verá ensuciada por la falsedad; su encanto, suponiendo que tenga alguno, no se mezclará
con las malas costumbres que genera el vicio; y su osadía, permitidme que también
dude de que la posea, ni en sueños la sustituiría por la tan necesaria
hipocresía que rige la comedía humana.
Lamentablemente, hay muy poca gente que sea como el personaje que describes. O si la hay pasan desapercibidos y no parece que existan.
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