lunes, 4 de mayo de 2020

BICHO LITERARIO


52ª crónica de un confinamiento improvisado


La crónica de hoy va a ser la última.
A modo de colofón voy a utilizar el mismo epílogo que escribí para un proyecto de novela corta que acabé hace unos meses y titulé Autorretrato de un bohemio sin cabeza. Espero que algún día podáis leerla.

Estas cincuenta y dos crónicas que he escrito a lo largo de esta epidemia global, en realidad, no han pretendido ser un diario. Más bien un ejercicio creativo. Párrafos sueltos e inconexos que trataban de buscar la sencillez a través de la mezcla de cosas que he vivido y otras que, evidentemente, no. He ordenado un caos y lo he organizado como quien hace una mudanza o mete sus cosas en cajas. He estructurado los textos en breves episodios, con un título sugerente y una imagen que fuera un guiño divertido de mí mismo, y lo escrito que combinara la ficción con el peso testimonial de la confesión, sin recurrir a una trama lineal o al artificio que a veces suponen los géneros literarios. Cuando uno trata de olvidar lo aprendido e inventa historias se crean caminos peligrosos y reacciones nunca vistas. 
Yo no sé muy bien por qué he realizado este experimento. Supongo que para comprender algo de mí mismo, tal vez para descubrir mi voz y para hacer trabajar a mi cerebro: un montoncito de grasa de kilo y medio de peso.
Cada día, durante un rato, he focalizado la atención en una hoja de papel en blanco. Espontaneidad y disciplina. Esa ha sido mi premisa. Me he sentido vacío, plagado de olvidos. Entonces ha aparecido la conciencia, la que siempre ha estado ahí, detrás de todo, detrás del cuerpo y de la mente. Y sin calcular nada, solo a través de los sentidos y mis pensamientos, he tratado de divertirme y de componer esta especie de bicho literario.

No hay comentarios:

Publicar un comentario