viernes, 18 de octubre de 2019

LA POSESIÓN


Tengo cientos de vestidos hechos de oscuridad. Idénticos. Invisibles a las tinieblas de la noche y acordes al demonio que llevo dentro. Estreno uno cada vez que brotan de mí pequeñas lombrices o retumba el lamento de los grillos en mi cerebro, y lo ciño a mi cuerpo como un guante. Pretendo salvar al mundo después de cenar, a partir de la medianoche, cuando los transeúntes se convierten en fantasmas y las sombras me seducen para que conozca el misterio de las calles. ¿Qué he hecho? ¿En qué me he convertido? Tengo claros síntomas de no pertenecer a este mundo. El tormento interior es inaguantable, terrible, creo oír voces que no reconozco, y ese infierno que anida en mis entrañas usa mi voz, mis andares, todo mi ser. Me hace creer que estoy loca y araña mi estómago con sus afiladas garras. Pero es el cuerpo quien tiene dolor, no yo. Yo no siento nada. El truco está en que no te importe que te duela, aunque una hemorragia te inunde por dentro. Estoy segura que una energía diabólica domina mi alma, mi espíritu. Será la posesión: litros de sangre embebidos por mis órganos, un comportamiento perverso y una fuerza brutal que torna mi piel de color fuego.

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