jueves, 17 de octubre de 2019

EL BULO


El alcalde de mi pueblo declaró su pesar en el Facebook por mi repentina muerte. Dijo: «Un gran artista y mejor persona nos ha dejado. Descanse en paz». La noticia fue un bombazo. Pero era mentira.
     Los amigos más próximos empezaron a mandarme mensajes de WhatsApp para certificar si aquello era realmente cierto. Yo, ante el terrible e infundado anuncio por parte de la máxima autoridad del municipio, en lugar de desmentir la información, aproveché para olvidarme a mí mismo y no contestar a nadie. Era una buena oportunidad para desaparecer y averiguar si la gente sentía algún aprecio por mí.
     Estuve varios días leyendo bellísimas declaraciones. Detecté cierta veneración, e incluso sentí el calor y el cariño de los más de ochocientos amigos que tenía en Facebook. Sin embargo, de todas las muestras de afecto había una que me sorprendió muchísimo. Era la de un antiguo amigo que no me hablaba desde hacía diez años. Sí, sí, era un colega de carne y hueso con el que solía hacer cañas. Dejó de dirigirme la palabra porque, en su día, dedicados a increparnos como niños –en eso consiste a veces poner a prueba la amistad– contraataqué haciéndole un montaje divertido con un programa de retoque fotográfico. Le sentó fatal. Pues, ensamblé su cabeza en el cuerpo de un rechoncho presentador, y eso, por lo visto, no le hizo ni pizca de gracia. Fue suficiente para cortar por lo sano nuestra relación de amistad. Entiendo que mi mezquina y despreciable creatividad menoscabó en su autoestima, y, también, sin pretenderlo, conseguí que se viera su verdadera naturaleza.
     Lo curioso del caso es que tras conocer mi muerte a través de las redes y quedar manifiestas las innumerables muestras de cariño hacia mí, este antiguo amigo se sumó a ellas y publicó una entrada llena de decoro y gratitud que yo, por supuesto, acepté sin rencor por la emotividad que desprendían sus palabras. Lejos de que volviera a enfadarse y se sumiera en una actitud infantiloide, volví a sacar mi sentido del humor y lo premié con un merecido «me gusta»; el único que concedí.

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