El alcalde de mi
pueblo declaró su pesar en el Facebook por mi repentina muerte. Dijo: «Un gran
artista y mejor persona nos ha dejado. Descanse en paz». La noticia fue un
bombazo. Pero era mentira.
Los amigos más próximos empezaron a
mandarme mensajes de WhatsApp para certificar si aquello era realmente cierto. Yo,
ante el terrible e infundado anuncio por parte de la máxima autoridad del
municipio, en lugar de desmentir la información, aproveché para olvidarme a mí
mismo y no contestar a nadie. Era una buena oportunidad para desaparecer y averiguar
si la gente sentía algún aprecio por mí.
Estuve varios días leyendo bellísimas
declaraciones. Detecté cierta veneración, e incluso sentí el calor y el cariño
de los más de ochocientos amigos que tenía en Facebook. Sin embargo, de todas
las muestras de afecto había una que me sorprendió muchísimo. Era la de un antiguo
amigo que no me hablaba desde hacía diez años. Sí, sí, era un colega de carne y
hueso con el que solía hacer cañas. Dejó de dirigirme la palabra porque, en su
día, dedicados a increparnos como niños –en eso consiste a veces poner a prueba
la amistad– contraataqué haciéndole un montaje divertido con un programa de
retoque fotográfico. Le sentó fatal. Pues, ensamblé su cabeza en el cuerpo de
un rechoncho presentador, y eso, por lo visto, no le hizo ni pizca de gracia. Fue
suficiente para cortar por lo sano nuestra relación de amistad. Entiendo que mi
mezquina y despreciable creatividad menoscabó en su autoestima, y, también, sin
pretenderlo, conseguí que se viera su verdadera naturaleza.
Lo curioso del caso es que tras conocer mi
muerte a través de las redes y quedar manifiestas las innumerables muestras de
cariño hacia mí, este antiguo amigo se sumó a ellas y publicó una entrada llena
de decoro y gratitud que yo, por supuesto, acepté sin rencor por la emotividad
que desprendían sus palabras. Lejos de que volviera a enfadarse y se sumiera en
una actitud infantiloide, volví a sacar mi sentido del humor y lo premié con un
merecido «me gusta»; el único que concedí.
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