domingo, 13 de octubre de 2019

LA GRIETA


Pocas veces uno tiene la oportunidad de ver nacer una grieta en su casa. La que yo presencié mientras cenaba surgió de repente en el salón. Sentí un temblor y a continuación oí un crujido seco. Eso hizo que dirigiera la atención hacia el rodapié que tenía a mi derecha. Se fracturó, y una grieta del grosor de un centímetro avanzó por la pared como un insecto moribundo. Me levanté de la mesa y me acerqué a la fisura. Un escalofrío recorrió mi espalda y experimenté un asco visceral, una repulsión orgánica, como si esa hendidura fuera el cuerpo de una cucaracha asquerosa. Todas las casas albergan su ruina, su desaparición, su muerte. Supongo que la mía también. Seguí el avance lento de aquella raja como un reguero de oscuridad; como un pequeño abismo que ascendía poco a poco hacia el techo. No podía hacer nada; tan solo observar y deleitarme con aquel espectáculo que nunca había tenido la ocasión de presenciar. Para mí, ver nacer una grieta en el preciso instante que lo hacía era lo más parecido a asistir al parto de un ser humano. Una maravilla que contenía satisfacción y repeluzno.
     No iba a ponerme histérico ni avisar a nadie. La grieta, como si tuviera un radar y detectara los obstáculos, dio un giro brusco a la izquierda y sorteó un cuadro que había pintado recientemente al óleo. Era el retrato de mi gata. La adoro. Continuó el recorrido por la pared transversalmente, en diagonal. Esquivó el reloj de péndulo, y justo en ese momento sonaron las diez de la noche. Cada sonoro gong que marcaba las horas golpeaba en mi conciencia como una voz atronadora. ¿Y si de esa brecha abismal brotara un nido de grillos? ¿Sentirá dolor la casa? Lo normal y lógico es que no. Pero, ¿y si sí? ¿Las casas respiran? Oía a los grillos. ¿La noche gritaba a través de ellos o era la respiración agónica de las paredes? Una urdimbre de ruidos golpeaba mis tímpanos. ¿Sufría una alucinación o los temblores que percibía eran movimientos telúricos? Sentí como un suave mareo humedecía las palmas de mis manos y tragaba saliva sin parar. Tenía sensación de ahogo. La fisura aumentaba paulatinamente y la percepción que tenía de mi casa era la de un cadáver en ciernes. Mi cuerpo me mandaba señales confusas que yo acogía con pánico y ansiedad. Un olor agrio irrumpió en mi alma y me trasladó a un estado mental de indefensión ¿Era el miedo? En situaciones límite nadie tiene las emociones bajo control. Eso lo sé ahora, oculto bajo los escombros.   

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