viernes, 2 de noviembre de 2018

UN TURISMO CEGADOR


Un albañil de la brigada manipuló con tanta torpeza los sacos de purpurina que, por no manejarlos con la delicadeza requerida, uno de ellos se le reventó en las manos. Quedó cubierto por las miles de partículas, y su figura desaliñada cambió a una apariencia elegante, radiante, fulgente. Al obrero solo se le pedía pastar el finísimo polvo plateado con agua y conglomerante transparente en la hormigonera; aplicar esa argamasa en los ladrillos vidriados y levantar las paredes que constituirían los habitáculos destinados a los seres de luz que año tras año dejaban parte de su fortuna en el pueblo.

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