viernes, 18 de mayo de 2018

CÓNYUGES


Belén golpea suavemente mis hombros, y, tonto de mí, intuyo un acercamiento, una muestra afectuosa de cariño.
     «Tienes caspa… ¿por qué no usas un champú anticaspa? Estoy harta de decírtelo. El gel es para el cuerpo, no deberías echártelo en el pelo. Hazme el favor… ¿No te das cuenta de que cada cosa es para lo que es?... No me expliques tus teorías sobre los cabellos grasos, que te veo venir, y que el gel tiene un PH más ácido en su composición y actúa más beneficiosamente en el cuero cabelludo. ¡Pero qué milonga es esa! Solo tienes pajarracos y pensamientos tontos en esa cabezota de chorlito. ¡Pero si eres prácticamente calvo! Y el poco pelo que tienes aun te genera caspa... Si al menos te quitaras ese chaquetón negro que te regaló tu madre… ¿No ves que parece que te haya nevado encima? Siempre lo llevas, y se te llena de motitas blancas. Qué asco. Deberías tirarlo a la basura, es más viejo que Matusalén. Está desgastado y parece de mendigo. Yo creo que lo haces a propósito. Quieres irritarme, enfadarme… vas a volverme loca. Eres un desastre. Tu aspecto me tira para atrás. No da gusto verte. ¡Arréglate, hombre! ¿Dónde está aquel joven apuesto y elegante que conocí? Me da vergüenza estar a tu lado y que me relacionen contigo. Debes tomar una determinación en todo esto. No aguanto más. Tenemos que hablar. ¡Ya! Pero primero dúchate. Apestas. Esta relación está yendo hacia unos derroteros tóxicos e insostenibles y las expectativas no son nada halagüeñas. No podemos seguir así».
     Cuando está cabreada por algo siempre hace lo mismo. Me busca. La conozco tanto… Lo mejor es dejar que hable y no decir nada, permanecer callado, desconectar y asentir cada cinco segundos. Luego le pasa. Incluso, a veces, no recuerda nada de lo que me ha dicho. Es terrible cuando coge carrerilla.

No hay comentarios:

Publicar un comentario