sábado, 30 de noviembre de 2019

EFECTOS DE LA ANESTESIA


Enciendo la luz y ahí están los pájaros picasesos acechándome, hinchados de libar mi sangre y mis ideas. Son tres, y me aseguran que están en mi conciencia para darme cariño. Los cojones. Su lucidez de ave borra mis sueños y ya no distingo nada. Me duelen los ojos. No me funciona ni el parpadeo, ni la retina, ni el blanco de los ojos. La esclerótica, la más externa, dura y opaca de las membranas que recubre el globo ocular, es una catarata de flores blancas que petrifica mi visión. Al menos tengo nariz y boca, olfato y gusto, y puedo oler y saborear lo que sienten las personas. Os aseguro que la culpa y la rabia tienen fragancia; y la venganza sabe a soja por la mañana y a jengibre por la noche. Hay un gato agazapado en la geometría de mi barba y los ángulos muertos de mis facciones. Uff, demasiadas nadas acumuladas. Soy un mundo sin oído, una obra de arte sin orejas que no percibe ningún sonido. Soy una máscara que padece sordera, pero encierro una sinfonía: una banda sonora de nubes blancas y un firmamento lúgubre de estrellas.  

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