martes, 5 de noviembre de 2019

MI COCHE


Muchas casas de blancura nívea y excelsa se alzan ante mí. Son preciosas. En realidad, todo lo que forma parte de este pueblo tiene algo particular e inimitable que aporta placer a mis ojos, incluso la gente que lo habita. También me complace observar mi Seat Córdoba, mi coche, aparcado en el mismo sitio desde hace años. Forma parte del mobiliario urbano de la calle y se ha convertido en un símbolo que inspira libertad, resistencia y autonomía. Vivo en él. Es un vehículo especial. Su interior está bien tapizado, de asientos abatibles y salpicadero sencillo pero funcional. Tiene dos caras. Una delantera y otra trasera. Siempre sonríe. Sus faros infunden buen rollo, cercanía, y evocan ternura. Fue de los primeros en incluir eleva-lunas eléctrico, y, aunque parezca increíble, nunca ha sufrido averías significativas. No hay sofisticación en su chasis, su cuerpo metálico ha ido perdiendo el brillo de antaño, acaba de cumplir treinta y dos años. Está ajado y algo oxidado, cubierto de excrementos de palomas y una capa de polución que altera su carrocería. Sin embargo su motor funciona como el primer día. Se ha movido poco. No ha viajado. ¿Para qué? Es imposible cambiar de cielo. En el interior de mi coche las tempestades son hermosas, pues los rayos y los truenos lo cargan de energía por dentro, sin necesidad de gasolina, y los días de chubasco lo limpian por fuera. Es cierto que la tristeza de los días adversos me afecta, me vuelve vulnerable, pero acepto mejor la pena si mi salud y mi alma me acompañan. 

No hay comentarios:

Publicar un comentario