domingo, 5 de diciembre de 2021

ATLAS HUMANO

 

Soy experto en proyectar futuros. Hay tantos como personas. Ahora mismo, el que diseño en mi mente bien podría ser el tuyo, el de un individuo sin apego e incapaz de enraizarse a nada que no sea él mismo. Veo a unos padres que lloran en la cocina tras una fuerte discusión contigo. La desesperación se ha instalado en ellos. No saben cómo educarte. Sobre la cama tienes una maleta abierta que vas llenando de ropa. Estás cansado de estas situaciones y te sientes atornillado a una rutina que no te deja avanzar. Tu maquinaria cerebral es compleja, estás lleno de incertidumbres, pero en ese momento convulso piensas en tu porvenir y no dudas en largarte hacia el futuro sin calcular nada. Das un portazo y te encaminas decidido en busca de un destino cualquiera, el que sea. El tiempo transcurre rápido. Vives con entusiasmo los primeros años de tu autosuficiencia. Tu formación te permite encontrar un buen trabajo. Conoces a tu mujer y formas una familia. Los episodios de tu vida transcurren tan rápido que entras en una deplorable realidad de excesos. No estás hecho para el compromiso ni para el afecto. Prendes fuego a tu existencia y, tras convertir en un lastimoso espectáculo tu vida conyugal, te quedas solo a los cincuenta años. Tu evolución te lleva a hablar solo por la calle. Descubres que ya hay gente que también lo hace. Transitas por las ciudades como un animal cansado. Sin embargo, te esfuerzas en sobrevivir entre tinieblas, cartones y limosnas. Hasta que, irremediablemente, respiras el aire podrido que despide el cadáver en el que te vas convirtiendo, y recuerdas los sollozos y la pena de tus padres el día que decidiste, sin el más mínimo arrepentimiento, abandonarlos para siempre.

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