jueves, 28 de junio de 2018

VUELTA AL PUEBLO


Cuando vuelvo a mi pueblo, después de estar un tiempo vagando por otros territorios, lo redescubro y lo veo con otros ojos. Camino tranquilo por sus calles y soy consciente de que el tiempo debería ser para no hacer nada, para sentir nuestra respiración, la intensidad del ahora, y experimentar en esa inactividad la felicidad plena. Abro la boca repetidamente para provocarme un bostezo, y cuando lo consigo mi cerebro se oxigena maravillosamente. Me encuentro tan gusto, tan en paz. La luz de la mañana salpica la blancura de los tejados, las hojas de los árboles, y también mi nariz. La estimula y hace que estornude con fuerza. Qué goce. Qué divina es esa explosión corporal. Me libera. Me hace sentir tan relajado. Es tan mágico respirar profundamente. Conecto con la tierra, con el cielo, con la suave brisa que acaricia mi cara. Cierro los ojos. Me abstraigo. Medito sobre lo bueno que nos regala la naturaleza. Todos deberíamos andar por la vida sin expectativas, como yo lo hago. Deberíamos ser libres para seguir los dictados de nuestra consciencia. Sin embargo, el pensamiento, que también es sabio, me advierte que de esta manera también puedo convertirme en un holgazán.

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