Te acercas cada vez más a tu
centro, a tu zona pélvica, a la sección aurea que dispone un punto reconocible
en la línea media de tu cuerpo: el orificio que separa tus nalgas. Ahí se encuentra
tu esencia, y esa negrura donde estamos todos muriendo es la que te lleva a pensar
en la muerte, a prepararte, al menos, a lo inaplazable, porque, tarde o
temprano, vas a olvidarte de ti mismo. Acabarás siendo algo etéreo, quizás una
flatulencia sinuosa y tímida que tu cuerpo expulsará a través de esa abertura un
día concreto. Y tu alma será eso, una ventosidad que se mezclará con el aire del
lugar donde has vivido. Pero, no te desanimes, alguien te respirará y sentirá tu
aroma salado y fétido por pertenecer a un pueblo con castillo y playa. Es
posible que no desaparezcas del todo y, desde el centro de los que te han
inhalado, puedas desviar las conductas y contribuyas en el tránsito interno que favorezca o asole
sus vidas.
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